Para un atleta de las distancias cortas

Por Marco Antonio de la Parra

Si hay un campeón del cuento corto en este país debe ser Marcelo Beltrand Opazo. En este libro hace gala de su talento y sus capacidades sorprendiendo una y otra vez con su ingenio. Late en su manejo de las historias la influencia poderosa de Augusto Monterroso y el gran Juan José Arreola. Campeones de las distancias cortas, del giro
en el aire, de la pequeña proeza que es cada línea, se convierten en abuelos del árbol genealógico al cual pertenece Marcelo Beltrand Opazo. Lo conocí gracias al programa radial PURO CUENTO donde descubrí alegremente que escribía muy bien mucho más allá de los confines de Santiago, esta ciudad macrofágica y canibalística que se come todo lo que no huela a contaminación. Llegaban cuentos suyos con frecuencia y era un placer leerlo primero en silencio y luego mejoraban en voz alta al aire, al ser dueño Beltrand Opazo de un ritmo y una musicalidad por instantes perfecta. Quien entre en este laberinto (no todos los laberintos le pertenecen a Borges) conocerá la amenidad y el estilo, líneas tantas veces reñidas en otras escrituras. Quede condenado su lector a divertirse, conmoverse a ratos, esbozar una sonrisa muchas, alegrarse de haber elegido este libro siempre. Verá como sacan conejos y conejos de las chisteras y la gramática se transforma en un apartado de la magia blanca. La pirueta y la acrobacia sean bienvenidas a la literatura chilena donde el Microcuento ha ido echando alegres raíces estimulado por concursos y encuentros.
Marcelo Beltrand Opazo es de esa estirpe. De alto vuelo y de sagaz sonrisa, recuerda al gato de Alicia en el País de las Maravillas colgado de un árbol, apareciendo y desapareciendo tras lanzar un acertijo. Pudieron estos cuentos ser relatos sufís, optaron por lo entrañable de un humor casi hogareño. Hay metaliteratura (dónde no la hay, en estos días) pero no recarga ni un ápice la levedad fantástica de estos relatos de alto peso específico y poquísimas líneas.
Algunos serán pronto mensajes de texto de culto. Es cosa de que aumente la capacidad de los adictivos celulares y los textos de Beltrand Opazo volarán por el éter con este ajuste de cuentas con la narración al borde de lo oral, pero siempre escrita. Hagan el ejercicio que hice yo de leerlos en voz alta, a los amigos, en una sobremesa. Sonrían, que no los están filmando.